Toda causa tiene un efecto, así
como toda acción tiene sus consecuencias. Este es un principio universal,
aplicable a muchos fenómenos e inclusive a áreas del conocimiento. Centrándonos
en el esfuerzo y desempeño de las personas, se espera que al esforzarse lo
suficiente se obtengan buenos resultados, mientras que al esforzarse poco, los
resultados sean bajos y decepcionantes; pero esto no siempre se da de esta
forma.
El primer día de clase del grado
once me presente con miedo, pensando que no podría con el gran desafío que esto
representaba para mí. Al tiempo, ambición y un deseo de conocimiento se
acrecentaban dentro de mí, ansioso por romper mis propios esquemas y prepararme
para la prueba ICFES.
Debo admitir que, a pesar de que
las primeras semanas tenía la idea de esmerarme, tome con mucha serenidad y
confianza mis estudios a medida que avanzaba el semestre, descuidando mis
deberes y dejando salir a flote una desagradable actitud de irresponsabilidad.
Casi al final del primer periodo comencé
a percatarme de que mis notas iban decayendo, y mis promedios, por lo menos
como yo creía, harían lo mismo. En ese momento empecé a tomar las riendas de
mis estudios con más seriedad, y comencé a tratar de subir mis notas a como
diera lugar, aunque sabía, o más bien creía, que me estaba engañando a mí
mismo, ya que era demasiado tarde para solucionar mis problemas.
El día de la entrega de informes
podía sentir la tensión en el aire. Todos temían a recibir su boletín, y
descubrir en este una mancha, un resultado perdido, un triste promedio que
acarrearía para quien lo tuviese un posible castigo o una reprimenda por parte
de algún decepcionado profesor y unos indignados padres. Frente a todo esto, al
pasar de las horas en la reunión de pre-entrega de la que participaban los
padres, fui tomando conciencia de mis errores, y note todas las oportunidades
perdidas que pude haber aprovechado para obtener mejores resultados.
Finalmente, mi verdadera
pesadilla había comenzado. La reunión había terminado, y los profesores
empezaban a ubicarse y a llamar a los padres de familia para entregar los
informes de sus hijos. Mis compañeros me preguntaban por mis resultados, y con
triste melancolía, les contaba que no era mucho lo que esperaba, que cualquiera
podría ser mejor que yo, a lo que ellos respondían con una burla o una
reprimenda.
Cuando por fin era mi turno, mire
a mi padre, una figura paterna agresiva, arraigado a viejas tradiciones del
pasado y con una vida muy religiosa, quien se dirigía a recibir mi boletín. Yo
no podía hacer más que observar, y esperar a que su reacción ante los podridos
frutos de mis esfuerzos no fuera violenta, o exagerada.
Cuando mi padre se acercó a mi
directora de grupo, ambos estaban en un estado de serenidad moderada. Ella tomo
el boletín, y estirando la mano, le dio a mi padre unas muy amables
felicitaciones. Yo había ocupado el segundo puesto. Mi padre se dirigió hacia
mí, y con un abrazo, calmo mi ansiedad. Me entrego el boletín, y con una
sonrisa, se marchó.
De todo esto, puedo decir que no
siento haber sido justamente recompensado, pero me alivia saber que mis
resultados no fueron tan pésimos como esperaba. Ya soy consciente que debo dar
más de mi parte para tener un promedio estable, e inclusive sobresalir dentro
del curso. Al tiempo, debo seguir con mi objetivo principal, que es adquirir el
suficiente conocimiento para recibir un gratificante y alto resultado en la
prueba ICFES, y asegurarme unos estudios futuros, para los que ya estaré
preparado, ya que empiezo a forjar la costumbre del estudio, la lectura y la
responsabilidad desde mi grado once, que es, a mi parecer, el más lleno de
emociones y recuerdos, sin olvidar que es el más difícil por su grado de
exigencia, y el cual marca en mi ser, con relación a mi grado de madurez, el
fin de mi hermosa y facilitada infancia, y el comienzo de mi desafiante,
experimental y exótica adolescencia.