martes, 16 de junio de 2015

RESULTADOS INESPERADOS


Toda causa tiene un efecto, así como toda acción tiene sus consecuencias. Este es un principio universal, aplicable a muchos fenómenos e inclusive a áreas del conocimiento. Centrándonos en el esfuerzo y desempeño de las personas, se espera que al esforzarse lo suficiente se obtengan buenos resultados, mientras que al esforzarse poco, los resultados sean bajos y decepcionantes; pero esto no siempre se da de esta forma.

El primer día de clase del grado once me presente con miedo, pensando que no podría con el gran desafío que esto representaba para mí. Al tiempo, ambición y un deseo de conocimiento se acrecentaban dentro de mí, ansioso por romper mis propios esquemas y prepararme para la prueba ICFES.
Debo admitir que, a pesar de que las primeras semanas tenía la idea de esmerarme, tome con mucha serenidad y confianza mis estudios a medida que avanzaba el semestre, descuidando mis deberes y dejando salir a flote una desagradable actitud de irresponsabilidad.
Casi al final del primer periodo comencé a percatarme de que mis notas iban decayendo, y mis promedios, por lo menos como yo creía, harían lo mismo. En ese momento empecé a tomar las riendas de mis estudios con más seriedad, y comencé a tratar de subir mis notas a como diera lugar, aunque sabía, o más bien creía, que me estaba engañando a mí mismo, ya que era demasiado tarde para solucionar mis problemas.
El día de la entrega de informes podía sentir la tensión en el aire. Todos temían a recibir su boletín, y descubrir en este una mancha, un resultado perdido, un triste promedio que acarrearía para quien lo tuviese un posible castigo o una reprimenda por parte de algún decepcionado profesor y unos indignados padres. Frente a todo esto, al pasar de las horas en la reunión de pre-entrega de la que participaban los padres, fui tomando conciencia de mis errores, y note todas las oportunidades perdidas que pude haber aprovechado para obtener mejores resultados.
Finalmente, mi verdadera pesadilla había comenzado. La reunión había terminado, y los profesores empezaban a ubicarse y a llamar a los padres de familia para entregar los informes de sus hijos. Mis compañeros me preguntaban por mis resultados, y con triste melancolía, les contaba que no era mucho lo que esperaba, que cualquiera podría ser mejor que yo, a lo que ellos respondían con una burla o una reprimenda.
Cuando por fin era mi turno, mire a mi padre, una figura paterna agresiva, arraigado a viejas tradiciones del pasado y con una vida muy religiosa, quien se dirigía a recibir mi boletín. Yo no podía hacer más que observar, y esperar a que su reacción ante los podridos frutos de mis esfuerzos no fuera violenta, o exagerada.
Cuando mi padre se acercó a mi directora de grupo, ambos estaban en un estado de serenidad moderada. Ella tomo el boletín, y estirando la mano, le dio a mi padre unas muy amables felicitaciones. Yo había ocupado el segundo puesto. Mi padre se dirigió hacia mí, y con un abrazo, calmo mi ansiedad. Me entrego el boletín, y con una sonrisa, se marchó.

De todo esto, puedo decir que no siento haber sido justamente recompensado, pero me alivia saber que mis resultados no fueron tan pésimos como esperaba. Ya soy consciente que debo dar más de mi parte para tener un promedio estable, e inclusive sobresalir dentro del curso. Al tiempo, debo seguir con mi objetivo principal, que es adquirir el suficiente conocimiento para recibir un gratificante y alto resultado en la prueba ICFES, y asegurarme unos estudios futuros, para los que ya estaré preparado, ya que empiezo a forjar la costumbre del estudio, la lectura y la responsabilidad desde mi grado once, que es, a mi parecer, el más lleno de emociones y recuerdos, sin olvidar que es el más difícil por su grado de exigencia, y el cual marca en mi ser, con relación a mi grado de madurez, el fin de mi hermosa y facilitada infancia, y el comienzo de mi desafiante, experimental y exótica adolescencia.